viernes, 7 de noviembre de 2008

AnToNiN ARtAUd

“ANTONIN ARTAUD,
La FUERZA que desde el DOLOR lleva
a la AFIRMACIÓN de la VIDA”

“Aquella afirmación de Hölderlin, de que “la poesía es un juego peligroso”, tiene su equivalente real en algunos sacrificios célebres: el sufrimiento de Baudelaire, el suicidio de Nerval, el precoz silencio de Rimbaud, o la vida y obra de Artaud…

Estos poetas, y unos pocos más, tienen en común el haber anulado –o querido anular-, la distancia que la sociedad obliga a establecer entre la poesía y la vida.”

Alejandra Pizarnik

BIOGRAFÍA


Antonin Artaud, es el diminutivo de tradición familiar del escritor francés Antoine Marie Joseph Artaud -quien luego lo usaría definitivamente para distinguirse de su padre-, nacido el 4 de septiembre de 1896 y fallecido el 4 de marzo de 1948.

Artaud es el autor de una vasta obra que explora la mayoría de los géneros literarios, utilizándolos como caminos hacia una concepción de arte absoluto y "total". Sus tempranos libros de poemas -que más tarde abandonaría el preciosismo poético, decepcionado-; “L'ombilic des limbes” (“El ombligo de los limbos”) de 1925 y “Le Pèse-Nerfs” (“El pesanervios”) anuncian ya el carácter explosivo de su obra posterior. Es más conocido como el creador del teatro de la crueldad (cf. El teatro y su doble, 1938; Manifiesto del teatro de la crueldad, 1948), noción que ha ejercido una gran influencia en la historia del teatro mundial. Trabajó en 22 películas, durante los años 20 y 30, entre las que destacan “Napoleón” de Abel Gance y “La Pasión de Juana de Arco” de Carl Theodor Dreyer.

“No ha quedado demostrado, ni mucho menos, que el lenguaje de las palabras sea el mejor posible.”

Es imposible conocer a Artaud sin antes conocer parte de su vida. Para poder adentrarnos en un análisis más humano de su obra, es muy importante detener la vista en los acontecimientos más relevantes que marcaron de alguna manera a este poeta. Los lances de su atormentada vida son parte de él mismo, como también lo es su obra.

Así, Artaud nace en Marsella, es hijo de un armador francés y de una mujer de herencia levantina.

Su infancia se ve marcada por problemas nerviosos atribuidos a una meningitis, también interpretados como síntomas de una neurosífilis transmitida a él por uno de sus padres. El dolor físico y cierta sensación de paranoia no lo dejarán nunca. Como vemos, su débil existencia va unida a una poca fortaleza física que acorde a sus ansias de vivir, le llevará a unas letras acongojadas y angustiadas. Lo obligarán a pasar largas estancias periódicas en sanatorios mentales (cuyo ejemplo más prolongado y trágico es el de los nueve años que pasa encerrado en el Havre, Villejuif y Rodez, de 1937 a 1946). Por tanto, tanto física como psicológicamente, nos encontramos ante una entristecida vida que se abría camino hacia su existencia mientras a su alrededor le obstaculizaban dolor, sufrimiento y enfermedad; en definitiva, un impoder sobre sí mismo.

Además, la prematura muerte de su hermana Germaine, en 1905, lo marca profundamente. Vale la pena para una mayor concepción citar que por aquel entonces es una persona extremadamente devota.

En 1914, después de sufrir una crisis depresiva, en el curso de sus estudios, piensa en inscribirse en el seminario. El catolicismo, pues, influye en la vida de Artaud y en su obra desde su juventud. Su influencia lo hará oscilar entre el ateísmo declarado y la devoción excesiva (que se manifiesta durante sus crisis nerviosas en 1943, llevándolo a un extremo de piedad antisemita).

En 1920 llega a París para dedicarse a escribir. Reúne sus primeros versos bajo el título “Trictac del ciel” (1924), de los que después dirá que no lo representan, por ser afectados, por ser "farsas de un estilo que no lo es y que nunca lo fue".

A raíz de su publicación entra en contacto con André Breton, quien acaba de hacer público, a su vez, el primer Manifiesto Surrealista. Asume el cargo de director de la oficina de investigaciones surrealistas. A lo largo de este periodo escribe también guiones de películas y poemas (El ombligo de los limbos, El pesanervios, etc.). La relación entre ambos se ve recogida hoy, en un libro que recopila las correspondencias entre ambos durante el tiempo que se cartearon, “Cartas a André Breton”.

Junto con Roger Vitrac funda, en ese período, El teatro Alfred Jarry y entre 1927 y 1929, monta cuatro espectáculos. El absoluto fracaso de sus primeros montajes le lleva a refugiarse en la teoría, con lo que sienta las bases del denominado "teatro de la crueldad" («aquel que apuesta por el impacto violento en el espectador. Para ello, las acciones, casi siempre violentas, se anteponen a las palabras, liberando así el inconsciente en contra de la razón y la lógica»), en obras como “El teatro y su doble”.

En 1936 Artaud viaja a México y convive con los Tarahumaras, un pueblo indígena, para encontrar la antigua cultura solar y experimentar con el peyote.

"On entre avec les Tarahumaras dans un monde terriblement anachronique et qui est un défi à ce temps. J'ose dire que c'est tant pis pour ce temps, et tant mieux pour les Tarahumaras."

("Con los Tarahumaras uno entra en un mundo terriblemente anacrónico y que es un desafío a estos tiempos. Me atrevo a decir que es peor para estos tiempos y tanto mejor para los Tarahumaras." - Traducción de Roberto Salazar.)

Un año más tarde, deportado de Irlanda, será ingresado por sobrepasar los límites de la marginalidad. Pasa nueve años en manicomios y repetidas sesiones de terapia de electrochoque acabarán por hundirle físicamente. Sus amigos logran sacarlo y vuelve a París, donde vivirá durante tres años.

Publica en 1947 el ensayo “Van Gogh le suicidé de la société” ("Van Gogh el suicidado de la sociedad"), galardonado al año siguiente con el Prix Saint-Beuve de ensayo. En 1948 produjo el programa de radio “Para acabar con el Juicio de Dios”, el cual es censurado y sólo será transmitido en los años 70’. Sus cartas de la década de los 40’, muestran su desilusión frente a tal decisión.

Antonin Artaud muere de un cáncer el 4 de marzo de 1948 en el asilo de Ivry-sur-Seine. Hipnotizado por su propia miseria, en la que vio la de la humanidad entera, Artaud rechaza con violencia los refugios de la fe y del arte. Ha querido encarnar ese mal, viviendo la pasión total, para encontrar, en el corazón de la nada, el éxtasis. Grito de la carne que sufre y del espíritu alienado que se siente como tal, he aquí el testimonio de este precursor del teatro del absurdo. Y he aquí, el nacimiento de la fuerza que como la de Baudelaire y otros coetáneos de la época, encarnaran a los Malditos, bajo ese mismo manto de sufrimiento reconocido, dolores de cuerpos ultrajados, y moribundas mentes, que se ven en vida de mano de la muerte. Antítesis de la vida misma, donde se entremezclan el orden impuesto con el caos, al que este orden le obliga. Lo desgarrador se abre paso rasgando los velos que enterciopelan las miradas, la necesidad de olvidar anula la escasez de sentidos, las existencias se debilitan por la excesiva presencia de lo artificial. Y ante la comodidad de este olvido de nosotros mismos, algunas vidas como las de estos poetas, luchan, a su manera, contra los principios estipulados que sepultan a la propia vida.

Para acabar con este paso por la vida de Artaud, veamos cuáles fueron sus últimas palabras escritas son: "...de continuer à faire de moi cet envoûté éternel etc. etc." ("...de seguir convirtiéndome en ese hechizado eterno etc. etc."
).


OBRA


Detengámonos ahora en la obra de Artaud. Considerando que se trata de una obra violenta, sangrienta, y "cruel", si utilizamos el término que para él mismo marca el rigor tremendo con que piensa aplicar la deconstrucción*
[1] de la vida en la escena de su Teatro de la crueldad. Los años de reclusión en sanatorios mentales le llevan a desarrollar un profundo odio y recelo por el mundo de la psiquiatría. Para él, los médicos que afirman "curarle" son sólo seres que envidian su genialidad y la califican de locura. Son, nos dice en “Van Gogh, el suicidado de la sociedad”, quienes llevaron al pintor holandés al suicidio. Estamos ante la incomprensión de un espíritu que pretende crear desde un lado oscuro, sin miedo a lo que pueda surgir.

Los Tarahumara nos revela un mundo en que un hombre agobiado, no tanto por la locura que padece como por el tratamiento psiquiátrico, encuentra a sus iguales. En él encuentra efigies vivientes y grabadas por la naturaleza en la montaña, símbolos de la santidad que Artaud confiere a tal tierra. Para el autor francés, los Tarahumara son una "Raza-Principio" cuya cultura considera superior a la del hombre Occidental. La influencia de este pueblo mejicano, como de Oriente (El teatro Balines), son claves en la confirmación de su teatro de la crueldad donde veremos reminiscencias respecto a Charles Baudelaire, el otro gran poeta francés, quien como percusor marcó profundamente los pasos de Artaud.

En Heliogábalo, obra marcada tanto por una investigación, rigurosa en extremo, como por la violencia lírica propia del poeta maldito, Artaud presenta una poetización de la historia del emperador romano Vario Avito Basanio, apodado El-Gabal o Heliogábalo. La crueldad de su manifiesto teatral se ve prefigurada en la anarquía del tirano: la gratuidad de una vida dramática, la sangre, la poesía hecha realidad. Es llevado todo a su extremo profundo, sensorial, expresivo, vivido. Como ejemplo, la gratuidad que trae la peste, cuando vemos a los burgueses robando como simples ladrones, matando, huyendo, corriendo angustiados, es la misma que provocan los ritos del dios sol que el joven emperador de Roma prodiga entre lujos y lujuria extremos.

La obra de Artaud es expresiva y férreamente crítica en todos los aspectos de su personalidad. Se aprecian en ella desde los intermitentes ataques de locura del autor y sus primeras terapias psicoanalíticas con el Dr. Toulouse, hasta sus publicaciones en Demain, pasando por sus manías religiosas de los primeros años en los asilos de Ville-Évrard, Le Havre y Rodez, años en los cuales el artista experimentaba una profunda necesidad de adueñarse de una vez de la conciencia propia.

Una búsqueda constante para reafirmarse tanto artística como filosóficamente*
[2]. Resuenan asimismo los gritos finales de Van Gogh, todo ello expresión de una unidad de pensamiento, una filosofía que sintetiza su teoría total sobre el teatro Évelyne Grossman en su prólogo a las Oeuvres del autor francés (Gallimard, colección Quarto, 2004), habla de la obra de Artaud como ese mismo "Art total", comparándolo con la estética de las correspondencias de Baudelaire, con Wagner y su Gesamkunstwerk: “(…) desaparecen entonces las barreras de una sola obra, de un solo tipo de arte, de una plástica definida, tal y como en el Teatro de la Crueldad se funden en un solo espectáculo la música, los gritos, la insensatez, el teatro, la danza...”

Así vale la pena que se nos invite a leer a Artaud en su totalidad, y no respecto a algunos fragmentos, pues él es su misma obra, uno y otra se pertenecen inexorablemente. Como él mismo afirmaba allá por 1925: "Chacune de mes oeuvres, chacun des plans de moi-même, chacune des floraisons glacières de mon âme intérieure bave sur moi." ("Cada una de mis obras, cada plano de mí mismo, cada florecimiento glaciar de mi alma interior echa su baba sobre mí.")



ARTAUD & BAUDELAIRE – “La Fuerza”

Entonces, una vez hecha una rápida pasada por su atormentada aunque lúcida vida y obra; después de habernos introducido en la vida de este poeta francés; podremos intuir mejor el carácter de su pensamiento. Así, estamos preparados para ver la relación de éste con otro poeta anterior, y posiblemente el espejo con el que creció, tanto en la forma personal como artísticamente, Charles Baudelaire. Por ello, me parece un interesante propósito el de hacer el ejercicio de comparar la manera en que dos figuras tan representativas de la generación de estos poetas franceses llamados “Los Malditos”, Baudelaire y Artaud, se adentran con su peculiar visión en lo que es la vida que viven, y el momento histórico de todo occidente.

Ambos poetas viven en la lobreguez de una sociedad a la cuál le cuesta entenderles. La revolución Industrial desde mediados del siglo XVIII hasta principios del siglo XIX explotó en Europa, forzó el cambio a que la técnica nos llevaba ya desde el inicio de la modernidad. La vida se mecaniza a raíz de la mecanización de la realidad, tanto por la ciencia al explicarla, como del entorno, del cuál la transformación y adaptación a nuestros intereses se vuelve ya posible. El ser humano posee ya el potencial suficiente que le llevaría a hacer de un lugar inaccesible, lo contrario, accesible.

Esto le lleva a que con la técnica bajo el brazo, ya se crea absoluto dominador y moldeador de la realidad. Pero precisamente, estos poetas verán los inconvenientes que durante años se omitían en este proceso, y que poco a poco van surgiendo en el momento que se acentúan sus facetas negativas. Es decir, llegado el momento en que la obviedad del escaso libre albedrío a cambio de mayor comodidad o satisfacción de placeres que veían Artaud y Baudelaire en su alrededor, no era más que la pérdida de vida en beneficio de ese mecanicismo. Cosa que les llevó a crear una forma de criticar y definir el presente de esas generaciones peculiar por su marca de dolor y sufrimiento. Seguramente, ya que sus letras, como las de cualquier poeta, son sus amadas ideas bien vestidas, y por ello las aman; como el vivo ama cualquier resquicio de vida, como buen amante de la propia vida. Y estos dos preceptos parecen estar representados en estos dos Malditos, por su forma de hablar y afrontar la vida. Por esto por ejemplo, considero que son el reflejo de la imagen de la delgada línea que separa al poeta del filósofo, que como decía ya alguien: “El filósofo es un poeta venido a menos”. Así, como si filósofos fuesen, conceptualizan, analizan, experimentan, teorizan el mundo en el que sienten que viven, o debería decir, sufren.




“No se ve el lucero blanco,
candil de mis solitarias noches,
sólo experimento profunda penumbra,
en la que he de sentir a un cuerpo sumido.
¿Será que ya no hay lunas para esas noches?
será que la débil esperanza
me abandonó hace tiempo
y me dejó, sin estrellas que guíen
a un, sin quererlo, errante perdido...
Oscuridad maldita,
que me encoges el pecho,
y me demuestras por doquier,
¡Ay, oscuridad poderosa!
Que la vida también es…
dolor y miedo.
Miedo al dolor,
al sufrimiento, a la muerte,
y a mil cosas más,
pero no se lo tenemos al amor en sí,
o las rosas rojas que adornan
nuestros trajes, moradas o tumbas…
Sino solamente, a lo taimado,
pernicioso y vil,
o lo diabólico y malévolo
que es la presencia negativa
que obligadamente hay y da sentido
a nuestras vidas…”



Fuerza que deviene, no por mera acción azarística, sino por la condición o situación que vivieron. Por lo tanto, en el caso de Baudelaire y Artaud, es decir este caso, llega como una herencia, ya desde Descartes, a raíz de una acumulación de causas que les han llevado a los efectos de sus personalidades rotas ante el ideario y moral de la época. El rechazo que sufrirán sus caracteres; marcados lógicamente por los alaridos de sus vitales conductas ante el mecanicismo, que creen les envuelve; marcará a este movimiento filosófico-artístico nacido en Francia, y al cuál se le definirá como el conjunto de “Los Malditos”, románticos de la belleza quebrada, de la profundidad que no vemos dentro de las inservibles carcasas. El espíritu o fuerza que catalogo de carácter “rebelador” (rebeldía), lo sitúo como producto del fatal desenlace al que se envió a la especie humana al dejar a la técnica como mando mayor de nosotros mismos, y nuestras acciones. El mundo pasa a la matematización a partir de la Modernidad –especialmente-, y he aquí este aspecto tan importante que ha condicionado a llevar a la post-modernidad a una lucha constante contra lo que llamaré, “la muerte en vida”.

La imposición del mecanicismo en la vida humana, rompe los esquemas del libre albedrío que distingue al Hombre de la máquina. El bienestar vuelve extremadamente acomodadas a las gentes, en la búsqueda constante de adaptar el medio al ser humano, y dejar o sobrepasar el mero existir del animal, hacia un vivir bien, un bien estar, y no un simple estar.

En esta rebeldía vitalista, sobresale en Baudelaire y Artaud, por el hecho de romper con todo lo estipulado. “El” o “Lo” ideal, cambia, se rompe. Donde antes se decía que lo bello, era “aquello agradable que se presentaba a la mirada” (Gadamer, ya la definió así); lo físico, belleza sobre la forma, que es la manera más rápida -por no decir, superficial- de que lo encantador de algo se aprecie; pasa a ser algo bastante opuesto. El hecho de que el ideal pase de las formas al fondo, al concepto e interior de la obra artística, derroca la imagen de lo bello, arrastrándola a ésta al mero efecto de una carcasa vacía. Y será ese estar lleno lo que por encima de esas fachadas se valorará como el reflejote lo verdaderamente vivo, que será a su vez lo que se considere verdaderamente bello, en un mundo donde lo mecánico sepulta a mil bajo los pies lo humano.

En ese mundo de tuercas y engranajes, la vida poética se abre paso entre aceites y gasoils. En este caso, no del lado del Apolo estético, de lo bello, sino más bien, desde la fuerza incontingente que surge desde las entrañas del artista por su amor a la vida.

Estamos ante la ruptura de la estética poética, este conjunto de libre pensadores poetas (“Los Malditos”), son el espejo de cómo cuando la belleza ya no puede decir nada fuera de ella misma y sus formas, es esta fuerza de la que hablo es la que toma presencia en el arte, y por ello, de la estética poética.

Lo bello deja paso a lo desgarrador, los velos que el artista esquivaba o colocaba en sus obras, son en este momento, arrancados sin piedad, ni miedo al dolor u horror de lo que detrás de ellos se muestre. Ya no sirven las alabanzas, ni lo contemplativote lo idílico del ser humano, sino sus vísceras más recónditas son las que deben mostrar estos espíritus poetas que como humanos se sienten morir poco a poco. Así la acción debe tomar parte para luchar por vivir, contra un elemento abstracto presente en cada uno de nosotros, cuál parásito. Una cosa contra la que no se luchó sino se adoró, y ante la que se manifestaron estos gritos ahogados de esta generación de poetas franceses, gritos que únicamente se irán transformando en los alaridos de una muerte, tiempo ya anunciada, y como asesino el abuso de la técnica.

Artaud, como Baudelaire, ahonda esta temática desde lo más profundo de su ser. Por ejemplo, el odio característico que se encuentra en las letras de éstos, es un odio que para poder amar, han de experimentar ante la vida,. Eso nos da un amplio abanico de perspectivas, puntos de vista, enfoques o cualquier cosa que se le precie ante lo mismo, la subversión por la realidad que les envuelve.

Como ya decía, no se sienten a gusto dentro de ese mundo, y como poetas primero, y filósofos después, reclaman con su fuerza, detener la vista en aquello que lo merezca de verás en un mundo de carcasas vacías. Pero al hablar de esa fuerza no podemos negar que es palpable, perceptible, en cada uno de sus versos y sus gritos. No hablo por eso, de la fuerza en sí, sino más bien de un venir con fuerza que como comentaba es ya desde la modernidad de donde nace. Y desde dicho momento que se va acumulando hasta provocar este estallido.

Digamos que la fuerza está presente desde las palabras hasta los conceptos en cada uno de éstos Malditos; pero como digo, no como algo nuevo, puesto que la fuerza ha estado siempre del lado del arte y la expresión, sino que aquí se percibe como esa fuerza que viene en Artaud y Baudelaire, como la acumulación de la ira, el odio y el dolor que durante todo ese tiempo se han acumulado en el arte.

Una de las herramientas de lucha y amor a favor a la vida y el libre albedrío en que coinciden dichos pensadores es el shock. Shock del que habla Baudelaire en su poesía, y que es pieza clave en “El teatro de la crueldad” de Artaud. En el teatro de la crueldad, la base en la que se inspira este movimiento teatral es la de sorprender e impresionar a los espectadores, mediante situaciones impactantes e inesperadas. Con esto se pretende dejar una huella en el espectador, que la obra lo marque. Baudelaire nos hablaba de ese efecto de Shock, cuando una situación límite nos hacia despegarnos de ese somnolente dejarse llevar de la vivencia, a un lugar de experiencia pura, donde estaría lo más cercano a nosotros mismos y nuestro alrededor fuera de las influencias estipuladas ya sean ideológicas, políticas, tradicionales, sociales o culturales.


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*[1] Deconstrucción: Término que da Derrida a la separación de todos los factores de algo, en una división que permita abordarlos por separado uno a uno, pero sin que pierdan el valor que juntos representan.


*[2] Filosóficamente: Entendido aquí como ideológicamente. Es decir, la formación de un ideario, de un pensamiento concreto.


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BIBLIOGRAFÍA


- Introducción (Biografía y Obra) se trata de una adaptación y traducción del texto francés de la página http://www.wikipedia.fr/ sobre este autor..

- Los dos libros “Artaud” de la escritora argentina Alejandra Pizarnyk, y “Cartas a Andre Breton” del mismo Artaud que contiene las correspondencias entre ambos contemporáneos. Además, de la poesía del propio autor.